El Acuerdo de Paz permite que todos los colombianos, de una u otra forma, participemos en la construcción de un nuevo país. De las acciones de todos y cada uno de nosotros depende nuestro presente y futuro, para el cual todos compartimos el sueño de vivir en paz.

La semana pasada, por iniciativa de la Región Administrativa y de Planificación Especial (RAPE) que incluye los departamentos de Cundinamarca, Tolima, Boyacá, Meta y Distrito Capital, participé en la expedición denominada Ruta de Integración para la Paz. Iniciamos en Icononzo (Tolima) y Cabrera (Cundinamarca), luego ascendimos al páramo de Sumapaz, donde dejamos los vehículos para iniciar el descenso a pie siguiendo el camino de mulas que, a lo largo de la cuenca del río Duda, lleva hasta La Uribe en el Meta.

Durante el recorrido departimos con los campesinos que habitan la región, quienes con fe y esperanza asumen que aquellos que firmaron a nombre de todos los colombianos el Acuerdo de Paz liderarán su cumplimiento, consiguiendo que la paz perdure.

Para ellos —quienes viven en un hermoso paraje natural rodeados de montañas, selvas y aguas limpias, pero a tres o cuatro días a caballo del centro de salud más cercano o del primer colegio que pueda ofrecer bachillerato para la educación de sus hijos— el cumplimiento del Acuerdo es cambiar las bombas, las minas quiebrapatas y los disparos por educación, salud y la posibilidad de mercadear sus productos agrícolas (fríjoles, alverjas y café) que, debido al aislamiento, aprendieron a producir orgánicamente.

Hoy el campesino conoce la gran ventaja que significa ofrecer productos libres de químicos en los mercados sofisticados de la capital y del mundo. Sueñan que con la paz mejorarán su calidad de vida, educarán a sus hijos y se comunicarán con el mundo exterior. Por ahora, allí no hay conexión a internet y es imposible hacer el bachillerato a distancia.

En las zonas donde la guerra se vivió con mayor intensidad es donde con mayor fuerza se anhela la paz. Algunos oficinistas urbanos, que solo conocen la guerra por los medios de comunicación, debaten y discuten sobre los términos del Acuerdo. En contraposición, en la región del río Duda no hay duda: lo importante es cumplir lo acordado y vivir en paz.

Algunas familias campesinas han padecido la guerra por generaciones. Encontramos jóvenes que nacieron en la guerra, sus padres y abuelos fueron víctimas mortales de los enfrentamientos. Conversamos con familias desplazadas del Cauca que hace 40 años fueron a buscar refugio en el Meta, como estrategia de supervivencia en medio de la confrontación armada.

En los distintos rincones de Colombia, y según la experiencia y la formación de cada cual, los sueños son distintos, pero hay un común denominador: todos queremos vivir en paz. Todos debemos participar en su construcción; cada uno a su manera, desde sus posibilidades, su compromiso, su entendimiento, pero todos de forma constructiva. No podemos dejar escapar el sueño: la paz, sueño de uno, sueño de todos.

Como decía un expedicionario: “Hay que cumplir los acuerdos, o todos estamos jodidos”. Construir un nuevo país en paz y sin corrupción es el gran reto compartido. ¡Avancemos!

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