En Toca, 17 mujeres y sus familias se le midieron a encabezar la producción de materia prima.
La rutina de Aurora Supelán, de 56 años, ha sido por décadas la misma: levantarse a las cinco de la mañana, preparar el desayuno para su marido y cuatro hijos, ordeñar vacas, alimentar marranos, dar una mano en el cultivo de papa y, en la tarde, laborar pelando cebolla en una empresa de Toca, Boyacá. Pero en el 2017, en una de esas oportunidades que solo llegan de vez en cuando en la vida, aceptó conformar una sociedad de mujeres campesinas con un reto claro: producir 387 toneladas de papa.
Todos esos miles de kilos pueden parecer algo normal para un agroindustrial de grandes ligas. Sin embargo, para las integrantes de Asoagrotoca, cuyas parcelas no sobrepasan las 3 hectáreas, es un desafío que implica poner en la tierra cuanta capacidad tengan a la mano.
Gracias a la Corporación Reconciliación Colombia (CRC), que desde el 2016 se empecinó en rastrear y convencer a las 17 matronas, la sociedad tomó forma. Y no es que los hombres estén excluidos de ella, sino que el apoyo técnico estaba condicionado a que las mujeres se transformaran en protagonistas de la producción. Gracias a talleres en los que trabajaron temas de reconciliación, confianza y cooperación, consolidaron con la comunidad las bases de su emprendimiento colectivo.
“Nos gustó el proyecto, y nos dieron garantías”, cuenta Aurora, ataviada con ruana y sombrero de paja, mientras supervisa un cultivo con su amiga y también líder, María del Pilar Rodríguez.
Ambas se agachan y ojean las plantas que tierra abajo germinan en papas tan grandes como aguacates: la producción que hasta mediados de año le entregarán a PepsiCo Colombia, multinacional que creyó en la idea inicial de Reconciliación Colombia y se la jugó como socio estratégico de Asoagrotoca.
Por convenio, PepsiCo les entregó semillas certificadas de alta calidad y sostiene un precio fijo de compra de las cargas de papa, independientemente de si en el mercado este es menor o mayor. Del otro lado, la asociación se compromete a entregar lo producido con puntualidad y con una ganancia estable. A mediados del 2018 acabarán la primera gran cosecha.
“Antes vivíamos dedicadas todo el tiempo al hogar y la cocina. Pero ahora la idea es formarnos mejor en contabilidad, así sea para las papas y los marranos, porque eso es importante. Nos reunimos cada quince días, y las decisiones se toman entre todos”, cuenta María del Pilar.
El respaldo técnico de un agrónomo original de estas tierras, auspiciado por CRC, les ha explicado a ellas y a sus maridos cómo cuidar la tierra, qué abonos aplicar según la condición del terreno, qué tanta agua se necesita y cómo se hace un riego óptimo. Antes solo usaban un tipo de fertilizante, y ahora suman hasta cuatro variedades. Así han mejorado la producción.
La labor de las 17 madres de familia y cultivadoras ha sido clave en el terreno financiero, pues en años previos los hombres eran los que se metían al cultivo y manejaban el dinero, concentraban todas las funciones de producción monetaria. Pero con el proyecto ‘Agua, mujeres y reconciliación’, los roles ahora se comparten y ellas se ocupan del manejo del dinero. Ya demuestran sus habilidades y se enfocan en la planeación para mejorar la producción.
“Lograr que estas mujeres superaran sus dificultades, se asociaran y alcanzaran un producto óptimo para vender es una victoria que no solo impacta positivamente sus vidas, también las de sus familias y su comunidad”, comentó la directora ejecutiva de CRC.
Problemas como las heladas y la logística del transporte han sido superados poco a poco.
“El plan es comprar entre todos una bomba estacionaria que ayudará a ahorrar tiempo en la regada de las tierras: de medio día se pasará a media hora. Esa bomba la iríamos rotando por días, para todos”, explica María del Pilar.
Y es que, en palabras de su amiga, ese es un trabajo complejo. No tan rudo como la extracción de los tubérculos, pero sí demandante.
“Cuando a una le toca mover las mangueras que están en la loma es pesado. Una va vestida de sombrero, botas de caucho y ropa de trabajo, y a veces se enreda, se cae y se pega tremenda bañada”, narra la matrona, quien espera que su rutina cambie un poco en el futuro. “Vamos a seguir con la sociedad, trabajando duro, para que de aquí a dos años podamos darnos mejor calidad de vida, como poder pasear”, finaliza.