Por: Ricardo Agudelo Sedano
Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), alrededor del 34% de los alimentos producidos en el país nunca llegan a ser consumidos. Solamente en Bogotá se pierden y desperdician alrededor de 1,2 millones de toneladas de alimentos al año.
Este tipo de problemáticas, que no sólo deberían hacernos reflexionar en plena COP16, sino en todo momento como consumidores en potencia que somos, pues no solo afecta los precios de los alimentos, también tiene un fuerte impacto ambiental y a lo largo de toda la cadena alimentaria: emisiones durante la producción generadas innecesariamente por el desperdicio, emisiones de metano en los vertederos, y el uso innecesario de agua, suelo y energía, son apenas algunos de los efectos de esta mala conducta.
La RAP-E Región Central, que abarca a Bogotá, Cundinamarca, Boyacá, Meta, Tolima y Huila, es clave en la producción agroalimentaria del país. Sin embargo, también es una de las más afectadas por este fenómeno. Los alimentos se pierden en diferentes eslabones de la cadena: desde la cosecha, pasando por el almacenamiento y el transporte, hasta llegar a los hogares, supermercados, restaurantes y hoteles, donde se desperdicia una significativa proporción.
Este desperdicio tiene múltiples implicaciones. En primer lugar, impacta directamente en la economía de los productores, quienes ven cómo su trabajo arduo y recursos se esfuman antes de llegar al mercado. En segundo lugar, contribuye al agravamiento de la inseguridad alimentaria. En un país donde cerca del 54,2% de la población enfrenta algún grado de inseguridad alimentaria, resulta inaceptable que tantos alimentos se malgasten.
Adicionalmente, las pérdidas de alimentos están vinculadas al cambio climático. El proceso productivo, desde la siembra hasta la disposición final de los desperdicios, genera una considerable huella de carbono. Desperdiciar alimentos equivale a desperdiciar agua, energía, suelo y otros recursos que son vitales para la sostenibilidad del país.
Desde la RAP-E Región Central hemos identificado este desafío y estamos impulsando estrategias para reducir las pérdidas y desperdicios. Entre nuestras iniciativas se destaca el fortalecimiento de cadenas de valor agroalimentarias, la capacitación a pequeños y medianos productores en prácticas más eficientes y sostenibles, y el apoyo a proyectos de innovación que faciliten una mejor logística y almacenamiento de los productos. Además, hemos fomentado campañas de sensibilización ciudadana para promover un consumo responsable y evitar el desperdicio en los hogares.
Sin embargo, los esfuerzos no pueden quedar solo en manos de los productores o de las instituciones. Es crucial que toda la sociedad se involucre: desde los consumidores, que deben ser más conscientes al comprar y utilizar alimentos, hasta los comercios y gobiernos locales, quienes tienen la responsabilidad de implementar políticas públicas efectivas que incentiven una gestión adecuada de los recursos alimentarios.
El reto es grande, pero los beneficios son aún mayores. Reducir las pérdidas y desperdicios de alimentos nos permitirá avanzar hacia una Colombia más justa, equitativa y sostenible, por eso hacemos un llamado a unir esfuerzos para que cada alimento producido tenga el destino que merece: alimentar a las personas, y no convertirse en un símbolo del desperdicio que debemos erradicar.