Es curioso cómo en tiempos de preocupaciones por el cambio climático, los medios de comunicación nos aturden con la inminente dominación intelectual de la inteligencia artificial a través del Chat-GPT y de otros recursos autómatas que despiertan tanto dudas como miedos. Estos temas giran en torno a las mismas cuestiones originadas desde la filosofía griega hasta nuestros días: quiénes somos, hacia dónde vamos y cuál es nuestro propósito en la vida. Pensamos en el clima, pensamos en el desarrollo tecnológico, pensamos en el futuro. Pensar en lo que nos va a pasar nos quita el sueño, nos inquieta y a la vez nos moviliza. El movimiento es una constante en la vida de los seres humanos, nos caracteriza como una especie en viaje, una especie que desde que se vio a la sombra de una hoguera, supo que habría posibilidades, mundos por explorar, viajes desafiantes hacia lo desconocido; el futuro se nos plantea como un sueño y como una realidad.
Justo en el momento en el que afrontamos la peor crisis registrada a nivel ambiental, también nos sentimos retados por inteligencias artificiales que lo saben todo y lo que no, lo aprenden a la velocidad de la luz. Ambos fenómenos son paralizantes a nivel empresarial pues ponen en riesgo el empleo, la productividad, la confidencialidad y la sostenibilidad definida como la manera en que un sistema vivo se mantiene productivo con el transcurso del tiempo. Cuando hablamos de sostenibilidad (a diferencia de la sustentabilidad) incluimos en el desarrollo la triple condición de economía, ambiente y sociedad, y asumimos como métrica oficial de sostenibilidad los Objetivos para el Desarrollo Sostenible ODS, establecidos por la Asamblea General de las Naciones Unidas, y plasmados en la agenda 2030 para “lograr un futuro mejor”.
Fuente: El Nuevo Día